HISTORIA Y TRADICIÓN

 

Desde el período final del Imperio Romano y, sobre todo, a partir de las noticias relativas a las apariciones de San Miguel en el Monte Gargano (s. V), Roma (s. VI) y Avranches (s. VIII), el Occidente europeo contó con numerosos lugares de culto al arcángel. Muchos de ellos fueron erigidos en las alturas, donde se le atribuía el doble ministerio de taumaturgo y protector de los reinos cristianos. También en la evangelización de la tierra de los vascones la devoción a San Miguel tuvo su importancia y llegó a constituir, a partir del siglo X, uno de los cultos mayores impulsados por los reyes de Pamplona, junto al tributado a la Virgen María. Por eso, buena parte de las más antiguas iglesias y ermitas del reino se pusieron bajo la advocación del príncipe de la celestial milicia.

Historia y tradición de San Miguel de Aralar

El Templo de Excelsis

De estilo románico, la primera referencia data de 1032, aunque se supone que ya en el siglo IX existía un templo prerrománico. Tras un incendio en el siglo X, se restauró, ampliándolo con dos naves laterales. Visto desde el este, destaca de inmediato el triple ábside con el atrio-refugio adosado al sur y la cúpula coronando el conjunto. En el pasadizo que da acceso a la iglesia se encuentra una sobria portada formada por cuatro arcos de arista viva sobre imposta y pies derechos. Por aquí se pasa a un nártex o pórtico cerrado, cubierto con bóveda de cañón algo apuntado, de la misma anchura que el templo, con el que comunica por tres portadas, sencillas las laterales y más decorada la central.

La iglesia del santuario tiene tres naves casi de la misma altura. Está rematado por una cabecera de tres ábsides semicirculares, aunque la central desde fuera sea poligonal. Las tres naves están cubiertas por bóvedas de cañón y la cabecera por bóveda de horno.

Los pilares son de planta cruciforme, excepto uno que la tiene circular. No hay capiteles, sino que de una simple imposta arrancan las bóvedas de medio cañón y, en los ábsides, de cuarto de esfera. Carece de toda ornamentación escultórica que pueda distraer la contemplación de la piedra lisa en su función arquitectónica.
Antes de llegar a la capilla mayor nos encontramos con un pequeño santuario con cubierta a dos aguas, del siglo XII, situado sobre la gruta en la que, según la leyenda, se apareció el arcángel San Miguel. Este santuario alberga la imagen de San Miguel.

En el tramo anterior a la capilla mayor hay una linterna octogonal, siendo el foco de luz más importante del interior.

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El Retablo

El retablo que preside la capilla mayor –en origen, un frontal de altar– es una de las obras maestras que alberga el santuario y el ejemplo más notable de la decoración preciosa del altar cristiano en época románica. Realizado, al parecer, en tiempos del rey Sancho VI el Sabio, a finales del siglo XII, se trata de un conjunto de cobre dorado y esmaltado, formado por 39 piezas de esmalte, placas y medallones, con adorno de pedrería semi-preciosa. El programa iconográfico representa a la Virgen con el Niño, los tetramorfos o símbolos de los cuatro evangelistas, los apóstoles, los reyes magos, la escena de la Anunciación del ángel a María y la figura de San José. Desde que hay constancia de la existencia de esta pieza, sólo ha salido del Santuario en tres ocasiones: en 1765 para ser limpiado en Pamplona (según reza la inscripción del mismo retablo), en 1979 por robo perpetrado por Erik “El belga”, y en 2006 para ser exhibido temporalmente en una exposición en Pamplona.

Una hipótesis reciente lo supone un regalo de novios de Ricardo Corazón de León (oficialmente comprometido con Aélis de Francia desde 1169) para ratificar su compromiso matrimonial con Berenguela de Navarra, negociado en secreto con Sancho el Sabio entre 1185 y 1188. La propuesta tiene en cuenta, además del patronazgo que los primeros miembros de la dinastía Plantagenet ejercieron en la producción de esmaltes de Limoges la alegoría que implicaría la identificación realizada por Marie Madeleine Gauthier de la escena protagonizada por María y José como una representación de sus Esponsales (el ángel, que da la espalda a la Virgen, sería San Miguel sobre la cumbre de Aralar). Para ratificar esta idea se tiene en cuenta, además, la coincidencia de la vestimenta de San José y uno de los Reyes Magos con otras representaciones de los Plantagenet, que se supone característica de ellos.

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La imagen de San Miguel

La imagen titular del Santuario presenta una iconografía muy antigua y peculiar: en lugar de ser representado alanceando al demonio o pesando las almas en una balanza, como es habitual, aparece como el portador de la Santa Cruz, signo de la victoria de Cristo. En su inspiración debieron de influir textos bíblicos, patrísticos y litúrgicos que presentan a San Miguel como el signífero de Dios, el “alférez” de Cristo Rey. La actual efigie de San Miguel in Excelsis es un relicario de plata sobredorada realizado en 1756 para sustituir al anterior. Alberga en su interior los restos de la antigua imagen de madera y un “lignum crucis” o reliquia de la cruz de Cristo. El ángel es centro, también en nuestros días, de una de las corrientes devocionales más populares en tierras navarras y guipuzcoanas. De hecho, año tras año, esta venerada imagen abandona su Santuario el día de Pascua de Resurrección y permanece fuera de él por espacio de tres meses, tiempo en que visita cerca de 280 poblaciones de Navarra.

En muchas de éstas la imagen del ángel y sus portadores se alojan en las casas de los miembros de la Hermandad de San Miguel, institución que agrupa a las familias que ofrecen este inestimable servicio. Un cuidado ritual regula la visita del arcángel y su cruz a cada pueblo: bendición de los campos con la imagen y proclamación de los Evangelios a los cuatro puntos cardinales, visita a los enfermos… Entra también en Guipúzcoa el segundo domingo de agosto con la romería a la ermita de Igaratza. Una de las salidas más antiguas es la que el santo arcángel realiza a la ciudad de Pamplona, donde pasa una semana, visitando parroquias, conventos, hospitales, centros educativos, e instituciones públicas, si bien el motivo fundamental de su llegada a la ciudad es la participación en la fiesta de la Dedicación de la Catedral (martes siguiente a la Octava de Pascua).

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La Leyenda

En Navarra, antes de existir los reyes de Navarra, vivía en el valle de Goñi un caballero llamado Teodosio, Buruzagia de la comarca, casado con Doña Constanza de Butrón. Poco después de casarse, Teodosio tiene que abandonar su casa para dirigir la lucha contra los árabes.

Doña Constanza quedó sola en su palacio con los padres de Teodosio, a los que tuvo la deferencia de hacerles dormir en la habitación señorial, pasando ella a otra más pequeña. Cuando Teodosio volvía victorioso a su castillo, se le apareció el diablo disfrazado de Basajaun (“El Señor de los Bosques”) que le hizo creer que su mujer le engañaba con un criado.

Teodosio, fuera de sí, se lanza a galope hacia su casa. Al amanecer penetra en su palacio y se dirige decidido y enfurecido a su habitación matrimonial con la daga desenvainada. Entra en la alcoba y apuñala reiteradamente a las dos personas que dormían en su lecho convencido de que eran su esposa y el amante de ésta.

Creyendo haber vengado el agravio, sale de casa y sobrecogido se encuentra con su esposa que salía de misa. Aterrado, conoce que quienes dormían en su cama y a quienes había asesinado eran sus padres. Atemorizado por el crimen, va a Pamplona a pedir perdón al Sr. Obispo quien, horrorizado, le envía a Roma para que sea el propio Papa quien le absuelva de su pecado.

Teodosio, arrepentido, va de peregrino a Roma y el Papa le absuelve, poniéndole como penitencia el arrastrar unas gruesas cadenas hasta que por un milagro divino se le desprendieran. Esto sería el signo inequívoco del perdón divino.

Teodosio, estando retirado en Aralar, un día vio salir de una sima un gran dragón que amenazaba devorarlo. Teodosio, indefenso, cayó de rodillas e imploró la protección de S. Miguel, exclamando ¡San Miguel me valga!.
En aquel momento, entre gran estrépito, apareció el Arcángel, quien mostrando la cruz sobre su cabeza venció y mató al dragón al grito de ¡Quién como Dios! Nor Jaungoikoa bezala!

En aquel mismo momento, Teodosio quedó libre de las cadenas, perdonado por Dios, que le dio una reliquia.
Ya libre volvió a su casa de Goñi donde le esperaba su esposa. Y ambos, agradecidos a Dios, erigieron un santuario al Arcángel en lo alto de Aralar, al que llamaron San Miguel in Excelsis.